La intranquilidad que nos deja sin descanso se vive como un tributo por tantos momentos de iluminación y entusiasmo. Y en tanto resista la salud, seguiremos mereciendo la inquietud que nos transporta al umbral de las inspiraciones creadoras. Sí, sangre a sangre, llegará la noche sin reposo y la atención sobreexcitada sólo se rendirá a la química del sueño provocado. Un libro, por aquí, junto a la mesilla de noche, papel blanco en el sillón, y el bolígrafo no se sabe dónde, tal vez perdido entre las mantas o caído por la alfombra. El golpeo de la mente ya fatiga. Decimos: Mañana será otro día; mas el día que será mañana, ¿por qué no lo trazamos ahora mismo, en vista de que no vence aún el sueño? Y de nuevo nos oprime el temor y la sorpresa ante la nueva jornada de trabajo. Pero este absurdo corazón, ¿a quién escucha? ¿Cuáles son las normas a que se atiene? ¿Obedece a alguien? No, por cierto, a quien debía. Revive en un instante todo tipo de recuerdos, cabalga, vencedor jinete, cualquier pensamiento; trastorna las normas, se salta todas las medidas.
Y así, ¿hasta cuándo? El cuerpo quisiera dormir, comer algo, distraer sus deseos y apetencias, escapar, al menos por un rato, a este aguijón mortificante. Sin embargo, la inquietud atroz e incansable, impone su mando y su palabra. ¿Dónde se ha podido ver -protesta- que la carne dé orden alguna, se lamente o intente alterar el destino de las cosas?
Todos, pues, sujetos a sus designios. Si la idea, la inspiración o el afán insaciable llegan, se les acoge, y nos esforzamos por alcanzar su altura. Que no se adormece, todos en vela; que aprieta el paso, se le sigue; que corre, como caballo desbocado, no dejamos que gane la carrera.
A veces, es cierto, la paz se deja por el gozo, y nos encontramos perdidos por esas extrañas y espléndidas regiones por las que el alma, ya de antiguo, ha sentido magnífica añoranza.
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