Despidamos esta época que acaba y se convierte ya en pasado.
En adelante elijamos los frutos maduros que favorecen el pensamiento y la vida.
Que la experiencia de los viejos tiempos nos alejen de los
ásperos recuerdos que, como lanzas, pusieron en peligro nuestro destino.
Duro fue el camino, imprecisos los primeros pasos, lejos
de la pericia que preserva de las peores dentelladas;nos
traicionaba, una y otra vez, el ritmo ligero del corazón
entusiasta, sus palabras sin reservas, la amistad entregada.
¡Cuántas horas dedicadas a empezar de nuevo, qué de promesas
sin sentido,cómo tantos enredos cansan!
Demasiada doblez para la traición y el cuchillo, demasiadas manos.
Ahora, al reanudar la marcha -un modo de enfocar con otras
aptitudes la tarea-,nos anima un talante más propicio
a la ejecución de los deseosy deberes que aguardan.
Y llegamos un poco más viejos -heridos por todas las torpezas-
a la mitad del camino,inseguros del acierto o el milagro.
Si complace la labor ya acabada,inquietan las obras que esperan
los latidos que le den vida propia.
Otro tiempo, sin embargo, nace, con nuevas perspectivas;
se olvida el desasosiego de la partida y la llegada.
Alienta esta consciencia conquistada grano a grano;
y el tiempo que no huye, cuando lo iniciado
o presentido se culmina; entonces, cada día se hace
siembra, meditación y esfuerzo,
sin más recompensa que el grato palpitar del alma.
No pretendemos que estos dones tengan que ser
adornados con aplausos; que el vivir es un bien,
y el pensamiento, aún amargo,nunca dejó de ser un privilegio.
Olvidemos, al fin, los sinsabores, los aflictivos momentos de
zozobra.Nos interesa el despliegue de los nuevos días,
el mundo penetrante de la verdad y la razón.
La capacidad de la mente para descender a los oscuros fondos
donde yacen, en olvido, algunos mensajes fecundos y creadores.
«El Cristo». Medina Sidonia, 1979 y 1984
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