Qué se gana -inquieres- con hacer chocar la voluntad contra la rutina, seguir el aprendizaje de tantas actitudes nobles y tantas viles. Apagas la luz. Pero no llega el descanso. Subleva convertirse en una piedra más del camino que ha de recorrer el ser humano futuro; porque tu felicidad es previa a cualquier inquietud. Temes la trampa que es la estimación ajena, los conceptos brillantes que conducen a la gloria y a la muerte. Te haces fuerte en este sentimiento lúcido, y buscas pasar las horas dormido o soñoliento.
Es posible -piensas- que algún día el hombre sea un proyecto real y pueda verse libre de esta extraña condición que falsea su verdadera naturaleza. Qué fue siempre la vida sino dolor, una amenaza que gravita sobre todo lo que existe. El miedo a la crueldad del guerrero se prolonga ante la astucia hábil de los versátiles vendedores de mercancías; un laberinto, es cierto, donde la bondad es una moza seducida.
Cansa extraer destellos de nuestra propia escoria, cómo se desea ahuyentar el peligro de que el tiempo nos convierta en sube y baja tonto caballito de madera.
Es, lo sugerimos, una apatía antigua; el alma de la niñez
con sus animados sueños yace desconcertada, aterida y tímida. y las promesas se perdieron en los escollos de rutas imposibles.
Este somier que chirría, a modo de protesta, es el último reducto de lejanas esperanzas; el lecho que recoge las derrotas. Se reviven, aquí, los restos del ensueño en tarea inútil. Nunca fue la muerte un golpe de martillo o la súbita picadura de la víbora, su imagen más exacta es el desamparo que al paso del tiempo se agiganta, nos envuelve y apresa hasta quedar inmóvil
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