Sé que muchas palabras dejaré en prisión. Que no les puedo confiar la llave para que abandonen esas paredes desconchadas y viejas. Llegará la muerte y no habrán encontrado quien las vista con pasión y música, les infunda espíritu de vida. Están encadenadas, acaso por ser demasiado hermosas, demasiado certeras, demasiado brillantes y vivas. Porque si ellas andaran libres a algunos privarían de voz. Seguro, a mí mismo.
Verdad que lo lamento; son, como las demás, hijas de las mejores horas de inquietud y búsqueda. Sin embargo, ahí quedan. Tal es el caso de aquéllos que mueren para que puedan vivir otros.
Siento su dolor, y me apena no verIas campear sobre las cosas. En cualquier labor de creación, a menudo, crueldad y amor se dan la mano; pero conviene ajustar los matices, la proporción y las medidas, y ellas no participan de las ideas y mensajes que echaré al viento.
En ocasiones, intento la salvación de algunas, mas pronto retrocedo. ¿Qué vas a hacer?, me digo ¿No sabes que tienen un poder por encima del hombre, que una vez libres pueden destruimos con su juego? Y así es difícil. Todo se convierte en avisos o advertencias, en tanto el corazón se vuelve pequeño y asustado. Porque la sinceridad puede precipitamos en el abismo. Cierto es que tal relato o aquel poema cabe enriquecerIos más aún, que les falta ese detalle, esa clave que celosamente guardas. Disimulando podría añadir aquello que le haría alcanzar la plenitud.
¡Mis palabras! Allí, presas -sin nadie que las nombre-, tristes, enflaquecidas, a lo más jugando unas con otras, en el desconsuelo de su espléndida belleza peligrosa.
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