Aquí no hay más que verdades sencillas y crueles y la herida que se va agrandando hasta la muerte. No basta el calor del corazón; el hombre -se comprende- es sólo un animal con gotas de espíritu, el mamífero evolucionado que a duras penas impone su mando sobre la creación. Las ilusiones juveniles yacen convenientemente sepultadas, y el cansado amigo ni vuela ni canta; explora, incierto, a ras de tierra, el ámbito de lo posible, en busca de alguna fruta madura con que alimentar su estómago demasiado tiempo distraído en quimeras.
La ruta es harto conocida, el paisaje apacible. El dócil viajero divisa a lo lejos la lonja. El número de los traficantes engrosa conforme se acerca. He aquí un lugar que parece propicio para calmar con holgura las más acuciantes apetencias; vender, adquirir barato, y volver a ceder a otro precio. Las ganancias se cuentan por operaciones. Hay un modo de conducir la propia vida sin peligro, la marcha del comercio, por otro lado, nada tiene que ver con los abismos de la vida consagrada a las cosas del espíritu. Los libros de contabilidad, con su juego de saldos, factores, dividendos, sumas y restas son claros y exactos, lo que se apunta queda recogido para siempre. Pero, de esas divagaciones, éxtasis, idealidades, ¿cuál es su reflejo positivo?
La esperanza no tiene otro destino que la muerte. El repliegue es acaso la única victoria que podemos alcanzar de la derrota. Volar, no, pero sí corretear tras lo que se adivine posible, escalar algunos montes, ascender a las frescas copas de los árboles centenarios, saltar algt}n otro cartel de prohibido. Sin el pesado fardo de los viejos sueños el cuerpo se siente ligero, disponible a las nuevas sensaciones de la naturaleza. Nada es des preciable, recogemos del suelo la bellota que cayó de la encina, y con alborozo nos unimos al grupo que se dispone a emprender la marcha en busca del higo de la tuna, el fresco y rico chumbo.
Con la caña cargada al hombro acompasamos el paso, se dicen bromas y chanzas. ¿Será una tregua u otra forma de la existencia? Persuadidos de que no podemos alcanzar a ser adversarios de la eternidad, el silencio o la muerte, descubrimos el goce que nos proporcionan estos pequeños pasatiempos divertidos, estos gestos y voces a nuestra medida. No se trata de rendirse o resignarse, sino aceptar la verdadera condición humillada del hombre, descubrir en lo que es pequeño la naturaleza propia del destino humano.
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