¿Quién habla en los sueños? de dónde proceden esos murmullos, estas lejanas voces que llegan, para desaparecer de golpe, y nos dejan, en medio del letargo, con extrañas sensaciones, imágenes y palabras?
Dicen que el alma, en lo más hondo, conversa consigo misma, al margen de la mente, y que cuando es sorprendida apenas recuerda retazos o fragmentos inconexos, no comprendidos. Pero, ¿somos, siempre, nosotros los que nos abrimos a la angustia, la historia o la nostalgia? ¿Se nos dirige alguien que no vive en nuestro interior? ¿Son, acaso, comunicaciones de otros mundos, de otras gentes? ¿Del padre que, desde apartadas regiones, ignoradas, sigue cada paso o el hermano afable, inquieto por nuestro particular destino?
Despertamos con el corazón envuelto en ansias y desazones, desvalidos, con la alucinación del mágico universo que nos revela el último sueño. Se sospecha que en este estado de inconsciencia nos dejan un mensaje. Difícil resulta recobrar las desaparecidas visiones, descubrir el sentido de algunas actitudes. El corazón, al que atraen todos los interrogantes de la vida, incita y aguijonea a la inteligencia para que emprenda, sin pérdida de tiempo, la imposible búsqueda.
Porque me consta que alguien quiere decirme algo, en la noche. Y sospecho que desconocidas voluntades participan en mi mundo, o yo, sin saberlo, soy centro de la intención de ellos.
Con el cuerpo dormido, no sé que milagros se producen; sin temor les espero, pues quisiera sentir aún más cerca sus presencias, más claro sus propósitos.
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