Qué importa sean amplias avenidas o virginales bosques, la dignidad es del corazón que la cultiva. Huir de la maledicencia, es bueno, pero mejor aún merecer el talante austero del que sigue la propia senda. El medio, se advierte, mediocriza a cuantos con él fácilmente transigen. La grandeza es atributo del carácter firme que hace deber de su camino. No renuncio a la poesía que susurra dulces elogios de la aldea y que convierte al hombre rústico o sencillo en centro de su canto, mas aquí y allá, ¿para qué engañarnos?, se mezclan el bien y la malicia, deseos rectos con intenciones torvas, y no hay confines de la tierra libre de acechanzas.
El poeta busca su verso y a veces esquiva el fondo abigarrado que subyace en cuanto hermoso le parece; pretende descubrir relieves y contrastes en lo que nunca está distante, sino próximo y unido.
El café con tertulias de profesores y poetas no pertenece a otra galaxia diferente del bar o la pequeña taberna del lejano pueblecito. Y si no se cree en el silencio de los sepulcros, menos aún en la calma augusta de los campos. Cómo ignorar que además de los vaIles, los ríos, las flores, hay pastores que sueñan con ser pronto los nuevos amos del rebaño, hortelanos que han hecho inseparable la codicia, cuerpos que se ocultan tras el grueso árbol a la espera de las sombras de la noche ...
El campo o la ciudad, el pequeño piso o el viejo caserío, ¡qué importa! Es el carácter, la voluntad, quien crea las formas del Destino.
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