Qué de años se fueron en perseguir la imagen, la idea y la palabra; cómo se lucha en las tinieblas. Nos espantan los presagios; descubrir lo que está oculto es tarea cansina y agobiante, a veces, lo mejor, es la voz exultante del mensajero que lo anuncia.
Esta vocación me marcó con un hierro en llamas. Debía avanzar -vacilante- por confusos laberintos, desfiladeros, desiertos en torbellinos de vientos y arenales. Ni siquiera recibí un buen consejo, el buen ánimo o la despedida cálida que se dispensa incluso al que parte en busca de aventuras.
A tientas, cayendo y levantando, el pico clavaba en el roquerío imposible, en la esperanza. Ignoro -aún- quién pudo designarme esta .tarea, por qué fui elegido para estas pruebas y congojas. No se quiso saber cuál era mi deseo, ni se brindó nadie a ofrecerme otros planes o quehaceres. Me jugaba la vida en decisiones que otros adoptaban, sin estimar prudente preguntarme.
Adivinando, siempre adivinando, marché por estos derroteros, a la busca -no era posible la huída- de la meta que es común a la partida. ¡Qué tristes los caminos no elegidos! Los pasos son torpes, los ojos miran con angustia un entorno de luces relampagueadoras y negros tizones amenazantes. ¡Cómo progresar, sobre chispas de intuiciones encendidas, por estos oscuros vacíos sin contornos!
Pero allí estaba, inerme, al terror y a la sorpresa. Sin saberlo, mereciendo el milagro. Parecía demasiada crueldad para creerse verdadero. Ignoraba, entonces, qué mentes iluminadas y generosas habían preparado historias no conocidas, estableciendo rutas, cuyo absurdo es sólo aparente, entradas perfectamente disimuladas que conducen -apenas quiero insinuarlo- a la eternidad de la inspiración, la verdad y el éxtasis.
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