De los viejos tiempos y todos los tiempos. La superstición, vieja como la vida, roe todavía el corazón del hombre. Es una lucha entre la necesidad de creer en algo y la imaginación cínica, artera en mentiras provechosas.
Nunca supo nuestra especie callar en su momento, tampoco aguardar paciente ante aquello que le era inaccesible, quiso imponer sus ingeniosos ,artificios a modo de respuesta. Huérfana de humildad, inexperta y sectaria, tenía que adelantarse a las lentas, pero seguras conquistas del estudio, abandonar al sabio y al artista, para arrastrarse ciega tras inventos proféticos, cargados de astucia e insolencia.
Siempre fue la ignorancia terreno abonado a la ignominia, y los fanatismos cultivados el infernal juego donde perecen, cuantos ingenuos, proclives se muestran a sus fórmulas y mandatos. Nunca se envilece más la inteligencia que cuando sucumbre ante las amenazas que exigen el abandono de los dones racionales. Parece, no obstante, que la humanidad tendría que sufrir, en su lenta marcha, todos los errores, enfangarse al barro de todas las infamias. El poder y la soberbia descargaban su mazo sobre cualquier intento de denuncia; y el telescopio, la imprenta o los manuscritos antiguos eran objetos de terror. Debajo de las piedras se escondían los alquimistas, y las hojas volanderas que declamaban sobre derechos cívicos costaban la vida a los mensajeros. Cuando los sacos de libros alimentaban las fogatas y los cuerpos de librepensadores y herejes crepitaban en llamas en medio de las plazas públicas; porque no se qui- so saber que la libertad mejoraba las duras imposiciones de la existencia humana.
Eran los días oscuros en que las matemáticas y también la astronomía se sentían vigiladas, y había un presupuesto para someterlos al mas duro control. Porque se temía que los número salieran de sus ecuaciones y como traviesos geniecillos trastocaban bien trazados planes de dominio. Vivir en paz, entonces, significaba no buscarse compromisos, simular gesto grave ante los fantasmas armados que a todos sojuzgaba.
Poco a poco, todo esto fue cayendo a golpes de paciencia del pensador inquieto que, en pobres condiciones, y a costa de su vida, investigaba los arcanos del universo y los bajos móviles que impulsaban al poderoso a la quimera. Perseguían la verdad que el miedo oculta, y sólo se entrega el esfuerzo dolorido del sabio solitario.
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