lunes, 24 de octubre de 2011

POEMA II: "AL FIN, POR CONCESIÓN PATERNA"

Al fin, por concesión paterna, ocupaba la habitación cer­cana al patinillo que hasta entonces había servido de carbonera. Eran aproximadamente cuatro metros cuadrados, pero repre­sentaban a mis ojos un pequeño reino. Allí, en vecindad con las ratas que entraban y salían por las cañerías y el fuerte olor a pintura que llegaba del frontero comercio de balanzas, debía empezar la prolongada tarea de edificar un nuevo modo de pen­sar, producto concertado de la reflexión y el temperamento.

Asimilé con pasión aquel refugio tan en contraste con los dormitorios compartidos y las múltiples mudanzas de una fami­lia numerosa; me sentía instalado y libre.

Ya estoy aquí. Los libros se amontonan, las hora pasan.

Aún no conozco a Gide, tampoco a Henri MilIer o el Papini jo­ven, sin embargo me siento soberano de mi tiempo, de mis ideas, y puedo perderme por el mundo arriscado y fértil de las divagaciones más arbitrarias. No fue fácil adecentar este humil­de cubil, el baratillero ha ofrecido poco por el baño viejo del que mi padre nunca quiso desprenderse, pero se han conseguido al­gunos progresos. No debemos olvidar que soy un espíritu dísco­lo, rebelde y excitable, propenso a la duda y la negación, que a duras penas convive con cuanto le rodea y acosa con peticiones de fe y sometimiento. He decidido apostar por mis propios crite­rios, ser el tonto o el listo de mí mismo. Debo, pues, iniciar una labor de derribo y replanteamiento, y espor eso que estoy en este cuchitril.

Será una lucha cruel contra esta maraña hiriente que du­rante demasiados años me ha tenido apresado. No más Padre Nicanor, nunca más marianistas de la Porvera jerezana o las Puertas de Tierra de Cádiz. Pensamiento libre, oleadas de senti­miento y vitalidad, encuentros inesperados con gentes de todas las religiones, lenguas, clases y orígenes geográficos. Aire. Aho­ra dispongo de este rincón, de una cafetera y algunos refrescos; la entrada a mis dominios es distinta a la de la casa de mis pa­dres. Me siento libre, rescatado de los ventanucos con barrotes, las misas soñolientas, las lecciones de catecismo impartidas a palmetazos por un fraile de alpargatas negras y barba entre roja y cana.

He huído de una época tenebrosa y me alzo -su­perviviente- en busca de los confines presentidos en infinitas horas de pesadez y cansancio. Sobre las paredes, centenares de libros, y en alma un ansia expansiva de verdad y conocimiento.

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