lunes, 24 de octubre de 2011

POEMA I: "SE DESCUBRE LA LIBERTAD"

        Se descubre la libertad -de espíritu- ya en la niñez, sobre la banca del colegio, cuando se vislumbra la presencia de algo hondo y verdadero más allá de los confusos signos reflejados con tiza en la pizarra, las preguntas obligadas y los sabatinos re­partos de notas. Nos envuelve, entonces, un mágico universo de sentimientos e impulsos, de inspiradas intuiciones. Como con­traste, los solitarios paseos, las advertencias reiteradas, la calla­da emoción. El niño no competitivo se oculta en sí mismo, no atiende las explicaciones del profesor, ignora. La realidad le pa­rece cruel y siente de cerca su amenaza.

Perdido en los laberintos de su sensibilidad, vive con asom­bro los destellos deslumbrantes del mar, el juego cambiante de los colores y el nuevo amigo. Su corazón es un sentimiento ha­cia el infinito, una fiesta y una congoja. Ciertamente el dolor es una pica, y el alma gime. Mas también es elevación, y goza. Re­cuerda aquellos mundos de desorientación, la sucesión encade­nada de los días, su papel de guiñol en la oscuridad de los con­ceptos e infortunios. Y en medio de las mareas más elevadas, las primeras adivinaciones y presentimientos; el misterio de las no­ches excitadas; el papel con inseguras palabras arrancadas al desconcierto. Más tarde la comprensión iluminada y la herida del antagonismo cierto entre el yo intuitivo y el entorno.

Era la iniciación a una existencia singular -para algunos anormal- que se le ocultaba. Aún debía encontrarse perdido por los húmedos boscajes interiores, en espera, paciente, de que el dolor se volviera mérito y pudieran abrirse las compuertas que, a través de las profundidades, hacen posible el encuentro con las estrellas danzarinas y el ancla sumergido.

Porque sólo se revela la esencia de la vida, el sentido ocul­to en las cosas al compás de los años, por el esfuerzo ya viejo de cada día; en las situaciones afligidas de súplica y anhelo. Se re­quiere la meditación pausada sobre las ilusiones rotas, los gol­pes del destino que, lentamente, nos va rindiendo, hasta la re­signada aceptación de nuestro camino y de nuestra muerte.

Pero en aquel tiempo lejano de la niñez era libre a pesar de todo. Los muros que evitaban la salida no pudieron ,impedir la huída de la imaginación fascinada, y la puerta principal que se abría a los fáciles y prometedores horizontes sólo constituía el recuerdo de la tentación vencida, en beneficio ge las rutas y los parajes ocultos.

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