Perdido en los laberintos de su sensibilidad, vive con asombro los destellos deslumbrantes del mar, el juego cambiante de los colores y el nuevo amigo. Su corazón es un sentimiento hacia el infinito, una fiesta y una congoja. Ciertamente el dolor es una pica, y el alma gime. Mas también es elevación, y goza. Recuerda aquellos mundos de desorientación, la sucesión encadenada de los días, su papel de guiñol en la oscuridad de los conceptos e infortunios. Y en medio de las mareas más elevadas, las primeras adivinaciones y presentimientos; el misterio de las noches excitadas; el papel con inseguras palabras arrancadas al desconcierto. Más tarde la comprensión iluminada y la herida del antagonismo cierto entre el yo intuitivo y el entorno.
Era la iniciación a una existencia singular -para algunos anormal- que se le ocultaba. Aún debía encontrarse perdido por los húmedos boscajes interiores, en espera, paciente, de que el dolor se volviera mérito y pudieran abrirse las compuertas que, a través de las profundidades, hacen posible el encuentro con las estrellas danzarinas y el ancla sumergido.
Porque sólo se revela la esencia de la vida, el sentido oculto en las cosas al compás de los años, por el esfuerzo ya viejo de cada día; en las situaciones afligidas de súplica y anhelo. Se requiere la meditación pausada sobre las ilusiones rotas, los golpes del destino que, lentamente, nos va rindiendo, hasta la resignada aceptación de nuestro camino y de nuestra muerte.
Pero en aquel tiempo lejano de la niñez era libre a pesar de todo. Los muros que evitaban la salida no pudieron ,impedir la huída de la imaginación fascinada, y la puerta principal que se abría a los fáciles y prometedores horizontes sólo constituía el recuerdo de la tentación vencida, en beneficio ge las rutas y los parajes ocultos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario