Lejanos se sitúan en el espíritu aquellos hermanos, padres y amigos que en otro tiempo representaban toda la existencia. Sin embargo, cuán próximos esos seres hasta ayer desconocidos, que a través de sus mensajes orales, de sus escritos, han convertido su voz en aliento, la esperanza y el timón de nuestras vidas.
Cualquier extraño es, en ocasiones, más parte de nosotros que el hermano, partícipe común del dormitorio en la vieja casa, que el compañero de colegio y juegos infantiles, o aquellos padres que nunca supieron adivinar el latido duro y asfixiante del corazón angustiado, del corazón balbuciente y temeroso.
Ahora, cuando los esperados días ya han llegado, las vacilantes impresiones se convierten en certezas; el hombre, ocupado en construir su destino, no dispone de tiempo que distraer en singladuras ajenas; sus horas, habilidad y esfuerzos sólo sirven para avanzar hacia la propia meta. Hermandad, promesas solidarias, los viejos recuerdos fríos y descoloridos por los años se fueron perdiendo en la vereda. El presente exige olvidar cuánto nos aleja del porvenir soñado.
Así se pasa por delante de aquel amigo que un día nos hizo suponer que acompañaría sus pasos con los nuestros, en ferviente alianza contra el incierto oleaje de la vida, y el fortuito encuentro sólo nos arranca un escueto y púdico «Hola», para después escapar apresurados a nuestros quehaceres, en desprecio de aquellos instantes de ingenua sinceridad; no, nada nos acerca, ni siquiera un hilo de curiosidad nos une. Se siente únicamente ese deseo de alejamos velozmente de lo que ya nos es desconocido o extraño.
Por el contrario, cómo olvidar, los detalles, las imágenes, los pensamientos grandiosos del artista y. pensador que transformaron nuestro silencio en palabra. Su muerte, su vida, su fuego y su niebla tuvieron como destinatario a «aquél que vendrá» y cuya sensibilidad permitirá la identificación con su mensaje.
Sí, criatura surgida en el plasma ardiente de las vocaciones generosas de magisterio y sabiduría, eso hemos sido, y no podríamos evitarlo; pequeño, acaso, en la carne, pero elevado en lo que concierne a los anhelos dolientes, nos unimos en la distancia a cuantos extienden sus brazos sobre el horizonte, más allá de la recompensa, la precariedad y el tiempo.
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