lunes, 24 de octubre de 2011

POEMA XIX: "DIFICIL ES LA TAREA DE CULTIVAR ESTA PEQUEÑA ILUSIÓN"

Difícil es la tarea de cultivar esta pequeña ilusión, la guadaña del quehacer diario, de las nunca desaparecidas amarguras, acechan yebuscan su quiebra. Pero quien diga que el pensa­miento o el arte aguardan recompensa, y aún que ésta no se ajusta a la medida del esfuerzo, a tantas horas aplicadas al estu­dio, se equivoca. Sabemos, sobradamente, que nos espera el desdén y el silencio, que nuestro crecimiento interior a nadie importa; pero como dijo el poeta nos sentimos más que un hom­bre cuando interpretamos con acierto lo creado, al descubrir los íntimos resortes que imprimen el movimiento a las cosas. No se desea otro premio que el tibio calor que surge del corazón en los días de inspiración y frenesí.
Sombríos fueron casi siempre estos lugares. La sredulidad y la victoriosa ignorancia asedian con su próspera altivez. Es preciso cerrar los portillos de las ventanas a los insultantes rayos del sol, negar la poseída plenitud con torpezas de apren­diz; conviene ocultar nuestra luz, disimular la pequeña ilusión. Se vive en peligro cuando se busca con insistencia la verdad. De aquí no son la proporción, la medida, la voluntad en constancia. Al grito sucede el silencio indiferente, a la rebeldía sangrienta el conformismo más torpe; se pretende sustituir los golpes labo­riosos del mazo con un derroche de palabras, y la memoria por las complejidades del saber.

El hombre debe ser nervio, cerebro o músculo, mas siem­pre en lucha por el pan y la lección de cada día. Amigo de la pa­labra sencilla y el hierro que sale de la forja. Porque es el amo que riega la estepa.

Peregrino de la libertad será la persona que encuentra su camino, abanderado de sus propios pasos. La ira se convierte en pensamiento en el crisol de sus meditaciones, y calcula la lanza­da antes de arrojarla sobre el blanco. Se supo siempre que el sustento no se defiende sólo con el sudor que baja de la frente, que también exige un temperamento firme. Qué poco pueden los vientos y desventuras frente a la austera resolución del hom­bre que conoce la dureza de la ruta.

La ilusión perece cuando el desatino y la incuria le rodean.

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