lunes, 24 de octubre de 2011

POEMA VIII: "ESTE DULCE SABOR"

Este dulce sabor del amor propio satisfecho se goza al ful­gor de la vieja chimenea campesina. Merece que nos extravie­mos por el vasto bosque de las argucias, alternando el papel de Judas y Pilato, de víctimas a primera vista lanceables. El dolor del alma deber ser callado; cualquier cosa que se mueva -todos lo sabemos- es el enemigo, y un paso en falso la muerte súbita. Porque cada diestro chacal ha de retornar a su madriguera a la hora señalada, y está dispuesto a encarar cualquier precio a fin de seguir alimentando a sus crías. Ha nacido para el amor y el mal; la ternura para los suyos y la pezuña afilada a clavar en el primer ruido. Su crueldad está compensada -dicen los zoólo­gos- por la dulzura con que arropa y enseña a sus pequeños. Se trata de conseguir con su fiereza un lugar a recaudo, el paraje que todos supongan temeroso.

El silencio, la paz en bonanza, a nadie se le oculta que está hecha de cadáveres. Cada nueva vida que muge o ladra dentro del matorral se basa en infinitas muertes ¿Qué es la fortal~za de los que sobreviven? El instinto de adaptación, la astucia, una aplicación constante. Conviene desarrollar el duro arte de la ce­trería, de otro modo las crías sucumbirán en las fauces del oso. Cada hombre un peligro, no «rocín flaco y galgo corredon, más bien adarga afilada y fusil a punto.

Dejemos la bondad, el particular mundo de los afectos y lealtades para determinar celebraciones. Aquí y allá revolotean espesos bancales de aves rapaces. Usemos la palabra como pun­tas de flechas envenenadas, preparada la artillería de las malda­des más refinadas, porque en cualquier instante aparece el enemigo, y conviene mantenerle alerta, simular peligro. ¿Cómo de otro modo?

Alguien quiere .siempre tu lecho ya caliente, tu escopeta, la sombra del eucaliptus que abre el camino de tu casa; alguien acecha la mesa del comedor o el despacho, el patrimonio aún no repartido. Y no faltará quien se ofrezca para recoger tu cadáver y darle sepultura, pagando de su bolsillo todos los gastos.

El lobito amaestrado por las buenas lecturas ignora que una herencia suele arrastrar al abismo antiguos artificios de amistad y sangre. Cada uno exige más de lo que es suyo con magnífica voz de barítono. Y huelen a la víctima fácilmente de­tectada porque no sabe pedirlo todo, solamente su parte. Ignora que hay personas imposibles que se hacen pagar con buena mo­neda su gesto adusto, su altiva voz amenazante y sus inacaba­bles juegos de escondite en torno a la presa calculada.

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