lunes, 24 de octubre de 2011

POEMA XXIV: "EN DEMASIADAS OCASIONES"

En demasiadas ocasiones, retiro la mirada, abrumado por el hechizo mágico de la belleza humana. De la belleza sin nom­bre, de la naturaleza en el cuerpo adolescente. Acaso cobije una mente aún torpe y un corazón indeciso. Pero de qué manera resplandece el sol en la gracia espléndida y temible de las for­mas que triunfan.
Se habla a menudo de los dolores de la existencia, pero no bastante de este consuelo que es la contemplación hermosa del ser humano. Aquí, sobre las arenas de la playa, al borde mismo de la orilla, los cuerpos, prácticamente desnudos, me contur­ban, agotan mi emoción, me crean pesadumbre y alegría al mis­mo tiempo. Ya no sé cómo mirar, qué me queda todavía por des­cubrir en ellos, cómo disimular cada nuevo movimiento de sor­presa.

Sensible, mortal y peligrosamente sensible a la belleza, debo emprender la retirada en el mejor momento de la fiesta, proteger al corazón de tanto encanto. Es difícil, sin embargo, escapar a este juego mágico de la carne que embelesa. Me que­do atónito, sin reacción ni respuesta frente a esos ojos que, aún sin pretenderlo, algo me hablan, esos senos erguidos, los mus­los torneados, aquella abundancia que no pierde estilo, la ima­gen de inocencia que nunca sabré si es buscada o cierta.

¡Qué descaro cuando miro! ¡Qué penoso dejar pasar la gra~ cia! Porque si la espeCie humana dispone de algún don que pue­da oponer a tanta desilusión, a todo ese vacío y precipicio, es la belleza que provoca la sensación y nos exalta. La expresión -de todas las imágenes del mundo- a través de la carne. El fulgor que trae el ansia y los latidos.

Algo posee, pues, el hombre digno de orgullo y envaneci­miento, sin posible error: la belleza en plenitud del cuerpo ado­lescente.

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