lunes, 24 de octubre de 2011

POEMA XXXI: "CUANDO EL AMBIENTE ES MEZQUINO"

Cuando el ambiente es mezquino, el ánimo se abate. Desa­fíos, deseos bobos, absurdas intenciones. Caemos en torpe jue­go y se sucumbe a golpes de tontura. No, Miguel Hernández, el pueblo o el campo no están libres de los vapores etéreos de la ciudad grande. También en esos lugares retirados, en lo más alto de la colina, junto a las ·frescas aguas de la fuente, viven esas gentes con instintos de bichas o alacranes que en tu poesía nombras. Porque donde no hay estudio o templanza los gestos nacen ya vacíos o traidores. Y sólo las personas infunden a las cosas el espíritu o la muerte. El que no sabe leer bien aprende cómo ha de aplicar cada palabra pa~a el daño, y el culto, cual florete en mano experta, hábil se múestra en el uso que da a cada letra, acento o signo.
Qué importa sean amplias avenidas o virginales bosques, la dignidad es del corazón que la cultiva. Huir de la maledicencia, es bueno, pero mejor aún merecer el talante austero del que si­gue la propia senda. El medio, se advierte, mediocriza a cuantos con él fácilmente transigen. La grandeza es atributo del carác­ter firme que hace deber de su camino. No renuncio a la poesía que susurra dulces elogios de la aldea y que convierte al hom­bre rústico o sencillo en centro de su canto, mas aquí y allá, ¿para qué engañarnos?, se mezclan el bien y la malicia, deseos rectos con intenciones torvas, y no hay confines de la tierra li­bre de acechanzas.

El poeta busca su verso y a veces esquiva el fondo abiga­rrado que subyace en cuanto hermoso le parece; pretende des­cubrir relieves y contrastes en lo que nunca está distante, sino próximo y unido.

El café con tertulias de profesores y poetas no pertenece a otra galaxia diferente del bar o la pequeña taberna del lejano pueblecito. Y si no se cree en el silencio de los sepulcros, menos aún en la calma augusta de los campos. Cómo ignorar que ade­más de los vaIles, los ríos, las flores, hay pastores que sueñan con ser pronto los nuevos amos del rebaño, hortelanos que han hecho inseparable la codicia, cuerpos que se ocultan tras el grueso árbol a la espera de las sombras de la noche ...

El campo o la ciudad, el pequeño piso o el viejo caserío, ¡qué importa! Es el carácter, la voluntad, quien crea las formas del Destino.

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