lunes, 24 de octubre de 2011

POEMA XXV: "AMANECE, PERO NO SE DESEA ABANDONAR LA CAMA"

Amanece, pero no se desea abandonar la cama; la noche, oscura claridad, nos volvió a clavar el punzón sangrante de sus amargas certezas. Cualquier esfuerzo parece estéril, un pájaro que vuela, leve y huidizo. Es temprano, y el cuerpo, blando y cansado, busca el rebujo de las cálidas mantas, lejos de los tiem­pos de profesores y padres. La imaginación se recrea en aque­llos recuerdos únicos que encontró entre descarríos y éxtasis.
Qué se gana -inquieres- con hacer chocar la voluntad contra la rutina, seguir el aprendizaje de tantas actitudes no­bles y tantas viles. Apagas la luz. Pero no llega el descanso. Su­bleva convertirse en una piedra más del camino que ha de reco­rrer el ser humano futuro; porque tu felicidad es previa a cual­quier inquietud. Temes la trampa que es la estimación ajena, los conceptos brillantes que conducen a la gloria y a la muerte. Te haces fuerte en este sentimiento lúcido, y buscas pasar las ho­ras dormido o soñoliento.

Es posible -piensas- que algún día el hombre sea un proyecto real y pueda verse libre de esta extraña condición que falsea su verdadera naturaleza. Qué fue siempre la vida sino do­lor, una amenaza que gravita sobre todo lo que existe. El miedo a la crueldad del guerrero se prolonga ante la astucia hábil de los versátiles vendedores de mercancías; un laberinto, es cierto, donde la bondad es una moza seducida.

Cansa extraer destellos de nuestra propia escoria, cómo se desea ahuyentar el peligro de que el tiempo nos convierta en sube y baja tonto caballito de madera.

Es, lo sugerimos, una apatía antigua; el alma de la niñez

con sus animados sueños yace desconcertada, aterida y tímida. y las promesas se perdieron en los escollos de rutas imposibles.

        Este somier que chirría, a modo de protesta, es el último reducto de lejanas esperanzas; el lecho que recoge las derrotas. Se reviven, aquí, los restos del ensueño en tarea inútil. Nunca fue la muerte un golpe de martillo o la súbita picadura de la ví­bora, su imagen más exacta es el desamparo que al paso del tiempo se agiganta, nos envuelve y apresa hasta quedar inmóvil

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