lunes, 24 de octubre de 2011

POEMA XVI: "EL HOMBRE ES PEQUEÑO"

El hombre es pequeño y siente la satisfacción de las pe­queñas cosas. Acuciado por su amor propio persigue la propia superioridad sobre los demás, hacerse notar a mayor altura.

En la vida social, donde la pauta dominante es el poder y la inteligencia, adquieren especial relieve las distinciones. Alcan­zar el éxito, triunfar, es, entre otros aspectos, superar al próji­mo que en una ocasión nos dirigió su desdén o desconfió de nuestras aptitudes. Es el sabor morboso de la victoria que se de· sea suficientemente lúcida para humillar al que, en otro tiempo, pretendió, a su vez, humillamos. Algo así, como un arma arroja­diza que se lanza sobre la cara de nuestro rival.

En este mundo, donde todo se halla convertido en compe­tencia, menos la muerte, la vanidad propia lucha no contra la virtud, sino contra el orgullo ajeno. Quien obtiene antes sus ob­jetivos dirige a su prójimo la sonrisa irónica de la soberbia satis­fecha.

En ese sentido conviene que no desaparezcan nuestros ad­versarios, limitada sería una victoria que se ignore. Así somos de pequeños, y así de pequeñas son, por tanto nuestras satisfac­ciones. Es la batalla por la supervivencia del cuerpo y de la vani­dad colmada.

Hay quien descubre en la venganza un placer de dioses que exige como paso previo la humillación. En el desprecio su­frido y el deseo de compensación se encuentra parte de los re­sortes de nuestra conducta, el origen de múltiples impulsos. Ser humillado es cosa bien común; ser herido, escarnecido, vilipen­diado, es algo que sucede con harta frecuencia y que ya no ex­traña.

Como antídoto de estas miserias, disponemos de la fortale­za del alma. Elevar nuestros pensamientos a las razones tras­cendentes, alejamos de las miserables condiciones de la existen­cia. Construir nuestra independencia con los materiales de la austeridad es tanto como protegemos contra las agresiones. Con nuestro propio esfuerzo nos liberamos del juego inútil del mando y la obediencia, y abrimos las puertas de una vida huma­nizada.

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