lunes, 24 de octubre de 2011

POEMA XII: "NO EXISTE GARANTIA"

No existe garantía alguna de que el ser moral esté libre de caer en la más inmoral de las acciones. Porque, efectivamente, el hombre es espíritu, más también barro, barro al acecho de la tentación, barro inclinado al barro.

De ahí que temamos elevar la voz en cuanto toca a la moral o la conciencia, de ningún modo estamos seguros de contamos entre los elegidos para morar en los sacralizados mundos de la renunciación, la inocencia y la mística. No, seres impresionables y enamoradizos de la exultación de vida, más de una vez hemos asesinado a la rosa para aspirar su aroma y apropiamos de su belleza. Otra cuestión sería proclamar que el sentimiento de bondad y justicia vive abrazado a nuestro corazón, en tanto el mal se halla agarrado a la carne.

Porque nos encontramos aquí con la esperanza clavada en la tierra que nos llama a arrebato, a este infinito empeño de sa­tisfacción que enciende todas las briznas de nuestro ser y es ti­món de rumbos terrenales. La moral que sólo tiene un manda­miento, una sola prohibición: el desamor en cada una de sus va­riedades y facetas, no es tan rígida como desean los infaustos programadores de las escuelas de obediencia. El pecado será siempre la herida que abrimos en nuestro prójimo, en el herma­no de destino.

Esa moral numerada, memorizable y casuística, no puede ser reconocida por la humanidad, es irreverente con las verda­deras circunstancias del hombre, no atiende a su dolor a su ale­gría, ni a su miseria. Jamás tuvo cumplimiento; no pasaban de ser instrumentos para el dominio de los orgullosos hierofantes de cultos viciados y estériles. Lejos de esa levadura tierna y con- sejera del alma que en su pecado bus~a pureza, en su falta, puri­ficación. Es castigo de la maldad, útil como ejemplo, juego estú­pido y cruel en el que se satisfacían los eunucos de toda vitali­dad, los maestros de rituales y los necios.

Pontificar acerca de la moral es dejar nuestra casa abierta en la noche oscura del invierno, señalar a otros como pecado­res, hijos del mal y el vicio, es preparamos el duro lecho de cla­vos donde nosotros mismos hemos de sucumbir el día nunca le­jano, nunca improbable de nuestra caída.

Cuestión intrincada el de la moral, terreno profundo y mo­vedizo donde el justo debe callar o hablar temblando, porque una cosa es que no sean públicas nuestras faltas y diferentes que nos sintamos en perfecta posesión de un comportamiento recto. ¡Cuidado!, sermoneros de la perfección moral, no sea que en la hora de tu caída el hermano pecador te sorprenda.

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