Vieja e insaciable, exige que le confiemos el alma, cada día, la vida misma. No escatima sus duras exigencias, mas al concluir la jornada sorprende con el regalo de sus instituciones mágicas, y hasta los rincones más fríos del corazón llega el entusiasmo.
Es un gusto que procede de lejanas épocas, un impulso que siempre se renueva e incita a explorar los secretos pliegues de todos los misterios. En la pequeña habitación se estudia el universo y seguimos, paso a paso, el rumbo de la historia. Dura es la tarea de fijar el propio pensamiento, penosa la lucha por alcanzar algún día a ser espíritu. Como el cantero da forma a la piedra entre cansancios y sudores, así cada mañana arriesgamos nuestro esfuerzo en contienda con dudas y abstraciones; nosotros mismos nos convertimos en la prueba, lo que sabemos fue ya gozado y padecido. No es, desde luego, algo que se parezca a cualquier tipo de tarea, es vida interior. El sol y el mar están aquí dentro del despacho, y en deseada penumbra se producen los esperados alumbramientos.
Alguien señala que el trabajo del espíritu es agobiante y excesivo y que nadie merece nuestra entrega; el tiempo y el propósito, equivocado. Para qué escribir, qué sentido tiene confiar a los demás nuestras verdades en un mundo que no se distingue por generoso. Mas es bueno preguntar: la poesía de Machado, ¿quién la hizo? ¿Quién escribió el Quijote, en medio de pobrezas y estrechuras? La muerte de Larca, las soledades, arrebatos, penalidades e ingratitudes de cuantos marcharon por delante de nosotros, ¿a qué aprovecha? ¿De quién recibimos lo mucho o poco que sabemos?
Quien crea, lo hace porque está en su alma, al margen de desazones o monedas. Sin dolor no se descubren los contornos, la proporción, el deseo y tampoco el gozo. Sufrir es condición para que la sensibilidad propicia encuentre la punta afilada y la medida; alcance hondura, y jubilosa, se lance a su aventura.
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