lunes, 24 de octubre de 2011

POEMA XXVI: "SE CONTEMPLA, CON ENOJO, EL PANORAMA DE LA CREDULIDAD"

Se contempla, con enojo, el panorama de la credulidad.
De los viejos tiempos y todos los tiempos. La superstición, vieja como la vida, roe todavía el corazón del hombre. Es una lucha entre la necesidad de creer en algo y la imaginación cínica, arte­ra en mentiras provechosas.

Nunca supo nuestra especie callar en su momento, tampo­co aguardar paciente ante aquello que le era inaccesible, quiso imponer sus ingeniosos ,artificios a modo de respuesta. Huérfa­na de humildad, inexperta y sectaria, tenía que adelantarse a las lentas, pero seguras conquistas del estudio, abandonar al sabio y al artista, para arrastrarse ciega tras inventos proféticos, car­gados de astucia e insolencia.

Siempre fue la ignorancia terreno abonado a la ignominia, y los fanatismos cultivados el infernal juego donde perecen, cuantos ingenuos, proclives se muestran a sus fórmulas y man­datos. Nunca se envilece más la inteligencia que cuando sucum­bre ante las amenazas que exigen el abandono de los dones ra­cionales. Parece, no obstante, que la humanidad tendría que su­frir, en su lenta marcha, todos los errores, enfangarse al barro de todas las infamias. El poder y la soberbia descargaban su mazo sobre cualquier intento de denuncia; y el telescopio, la imprenta o los manuscritos antiguos eran objetos de terror. De­bajo de las piedras se escondían los alquimistas, y las hojas vo­landeras que declamaban sobre derechos cívicos costaban la vida a los mensajeros. Cuando los sacos de libros alimentaban las fogatas y los cuerpos de librepensadores y herejes crepita­ban en llamas en medio de las plazas públicas; porque no se qui- so saber que la libertad mejoraba las duras imposiciones de la existencia humana.

Eran los días oscuros en que las matemáticas y también la astronomía se sentían vigiladas, y había un presupuesto para someterlos al mas duro control. Porque se temía que los núme­ro salieran de sus ecuaciones y como traviesos geniecillos tras­tocaban bien trazados planes de dominio. Vivir en paz, enton­ces, significaba no buscarse compromisos, simular gesto grave ante los fantasmas armados que a todos sojuzgaba.

Poco a poco, todo esto fue cayendo a golpes de paciencia del pensador inquieto que, en pobres condiciones, y a costa de su vida, investigaba los arcanos del universo y los bajos móviles que impulsaban al poderoso a la quimera. Perseguían la verdad que el miedo oculta, y sólo se entrega el esfuerzo dolorido del sabio solitario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario