lunes, 24 de octubre de 2011

POEMA XIV: "EL PODER HECHIZÓ A LA VERDAD"

El Poder hechizó a la Verdad y le obligaba a mantenerse cerca de sus tentáculos. A rastras, reptando, por desagOes sub­terráneos, la Verdad intentó dar algunos pasos comedidos y len­tos. Pero el Poder, que por su misma fuerza había logrado con­vertirse en un Verdadero-Poder, acechaba con mil ojos cual­quier plan que le permitiera escapar a su dominio. Llegó un mo­mento que la Verdad apareció pálida, descolorida, sin altivez ni gracia, con peligro de convertirse en una sanguijuela. Y a fin de hacer imposible esa amenaza estuvo dispuesta a entregar sus mejores tesoros escondidos.

Todo esto lo sabía el Poder, ya que una de sus facultades o atributos es la información, pronunciándose a favor de un acuerdo, esto es, cambiar ese temor cada vez más real por aque­llos tesoros que imaginaba valiosos.

La Verdad, que sufría el complejo de ser Sólo la Verdad, aceptó pronto desde su celda sombría de mariposa sin vuelo. Echaba de menos las buenas horas de sol, los mares verdes y azules, las viejas arboledas. Total, diría el Poder, le concederé algunas bagatelas y caprichos.

Ignoramos por qué el Poder que jugaba en los más varia­dos terrenos con admirable astucia, apoyado siempre por tontos y listos, y contaba además con la amistad de algunos profesores y filósofos, era más diestro que la Verdad, al punto que la había hecho víctima de encantamiento, imponiéndole su mando. De la Verdad no se conocía más que su canto de jilguero grácil y en­jaulado.

El Poder, cauto, tenía establecidas sus normas, las razones en que sus súbditos debían creer. Porque es cosa conocida que el Verdadero Poder siempre se adelanta. Sólo algunas personas, a partir de entonces sujetas a vigilancia, se atrevían a dudar de sus palabras. Eran las mismas que esperaban desde hacía tiem­po, que un día la Verdad se libertara o la dejaran salir de aquella cárcel.

Pero ese día nunca llegaba. El Poder nada había prometi­do, y quienes se tenían por partidarios de la Verdad la fueron abandonando. La encontraban tan pobre, tan empequeñecida que no quisieron unir su suerte a la de ella.

Al fin una mañana se vio fuera de la jaula, aunque debilita­da y enferma. Y sóla marchó a establecer su casa a una de esas ramas de los árboles en los que siempre había soñado, a la espe­ra de tiempos, siempre en lejanía.

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